lunes, 4 de mayo de 2009

¡Y LLEGÓ EL HERMANITO!! (por María)

¿Será difícil ser la hermana mayor? Yo no lo sé. Soy la tercera; pero sospecho que no debe ser nada fácil.
Guadalupe siempre fue una nena buena, dulce, relativamente dócil... Hasta que apareció Manuel.
Recuerdo su cara, pobrecita, cuando llegó a la clínica y me vio con su hermanito recién nacido a upa. Aunque intentó mostrarse entusiasmada, sus ojitos me demostraron que le habíamos roto el corazón. Es inevitable.
Yo estoy convencida que es maravilloso tener hermanos. Sobre un hijo único recaen todas las miradas de los padres, todos los deseos, los miedos, las aspiraciones. Y cuando llega otro, esa atención se reparte; pero esto, para una nena de tres años que hasta entonces había sido el centro de nuestra vida, no debe ser nada sencillo de entender.
El día que volvimos los cuatro a casa fue un caos. Manuel lloraba y yo aún no entendía muy bien por qué. Guadalupe lloraba y no sabía decirnos qué le pasaba. Con mi marido nos mirábamos con desesperación, sin saber qué hacer. Recuerdo que hacía mucho frío, yo estaba aún bastante dolorida y me costaba caminar, por la cesárea; pero ante la desesperación, terminé en la plaza con Guadalupe y dejando a mi bebé recién nacido con mi marido. Es que no sabía cómo calmarla. Esto igual de mucho no sirvió, pasaron horas antes de ambos se tranquilizaran y cuando logré que los dos se quedaran dormidos, pensé que ya había pasado lo peor.
Pero no fue así. Manuel empezó a crecer y a hacerse notar. Y Guadalupe empezó a transformarse. A veces me costaba reconocerla. Dejó de ser esa nena dócil y cariñosa, para volverse caprichosa, peladora. Cuando Manuel y ella comenzaron a interactuar, parecían dos participantes de lucha libre.
Yo entendía que le estaba costando adaptarse a su nueva realidad, pero en el momento es difícil de soportarlo y manejarlo.
Yo estaba cansada, con un nene chiquito que reclama toda tu atención y para colmo tenía que andar apaciguando a esa fiera en que se había convertido mi hija.
Una amiga que tuvo a su segundo hijo hace unos meses, me decía que su hija mayor estaba teniendo unas actitudes complicadas. Y yo inmediatamente me acordé de Guada. Debería haberme quedado callada, pero las palabras se escaparon de mi boca y terminé diciéndole que ya se le iba a pasar... en un par de años. Ella me miró con desesperación. “Pensé que me ibas a decir un par de meses”, me dijo y yo inmediatamente le pedí disculpas por mi cruda sinceridad.
Porque Guada tardó años en reacomodarse a esta situación de tener un hermano que le roba atención, que roba elogios que antes eran sólo para ella.
Guada ama a Manuel y cuando no están juntos se extrañan, pero su sufrimiento se hizo bien evidente.
Como dice mi terapeuta, nadie se murió por tener un hermano. Es cierto, yo adoro a mis hermanos y no puedo imaginar cómo habría sido mi vida sin ellos. Pero lleva su tiempo aprender a compartir los afectos, a encontrar el nuevo rol que ocupás en la familia.
Muchas veces nos dice Guada cuando la retamos: “¡Lo quieren más a Manuel!”. Antes nos preocupaba, pero ahora ya nos dimos cuenta que es algo que inevitablemente sienten los hermanos, porque es Manuel quien muchas veces se queja diciéndonos: “¡Ustedes la quieren más a Guada!”.
Será de cuestión de aprender a pasar estos momentos, de darles tiempo e intentar demostrarles que el amor no se divide con la llegada de un hermano, sino que se multiplica. Y que uno ama a cada hijo por lo que es y no en comparación con el otro.

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